Cuando amamos de verdad a nuestros semejantes, amamos las imágenes de Dios que en ellos secretamente brillan.
Y así es dentro del matrimonio, amar al esposo por Dios, o mejor, en Dios. Que cuando amemos al cónyuge amemos simultáneamente a Aquél que nos lo ha dado. Amándose cada día más, los esposos responden a la gracia y colaboran con ella. Si se aman rectamente, aman a Dios y son amados por Él, al amor humano los hombres le piden todo: el sentido de la vida, la satisfacción de sus deseos, la suma felicidad. Le piden todo y, sin embargo, aún esperan poco de él. El amor puede conceder mucho más de lo que se le suele exigir, más que todo: DIOS, la causa de todo.
Entrar por la propia puerta y salir por la de Jesucristo, la puerta de acceso puede ser el dolor, el miedo o el amor la persona amada, sabiendo que al final de la puerta está Jesucristo.
El amor de Dios acrecienta el amor conyugal. Este amor confirmará su amor, será la sal que impida la corrupción, la fuerza que aleje el momento de la fatiga, la fuerza que permita al corazón perdonar setenta veces siete.
Santa Catalina de Siena nos dice: "Si tomas un vaso y lo llenas en una fuente y, al mismo tiempo, bebes sin retirar el vaso, aún bebiendo hasta saciarte, el vaso no se vaciará, pero si lo retiras del chorro de la fuente, apenas hayas bebido, el vaso quedará vacío".
Amen cada día más a Dios y se amarán el uno al otro cada vez más. Dios no consume el amor, sino que lo fortalece.
Todo lo que les acerque y ate a Dios, constituye para ustedes un lazo firme. En Él se unirán mucho más que lo que pueden unirse dos cuerpos o compenetrarse dos almas, ya que Él está más cerca de ustedes que ustedes mismos, y ama a cada ser mucho más de lo que ese ser se ama a sí mismo.
Dios está entre ustedes, para mejor soldarlos, abrazarlos y apretarlos, haciendo que sea posible su unión. El amor de Dios hace más vigoroso el amor humano, porque lo purifica del egoísmo. "La fuerza con la que te amo no es diferente de aquella por la cual existes".
Dios les infundirá el deseo de hacer feliz al amado y el propósito de hacerlo santo, el deber de entregarse a él por completo y el deber de reclamar o estimular su entrega personal.
El Papa Pío XII nos dice: "Vivan su oración personal, pero que Dios pueda encontrarlos frecuentemente juntos ante su Altar; recen juntos, estén en misa juntos, juntos en la Iglesia de Dios, en las alegrías, en las angustias.......Viendo esto Cristo y oyendo tales cosas, se alegra y les envía su paz; donde están dos, está también Él, y donde está Él, ya no hay ningún mal."
