El
13 de mayo era domingo anterior a la Ascensión. Lucía, Jacinta y
Francisco habían ido con sus padres a misa, luego habían reunido sus
ovejas y se habían dirigido a Cova da Iria, un pequeño valle a casi tres
kilómetros de Fátima, donde los padres de Lucía tenían un cortijo con
algunas encinas y olivos.
Aquí, mientras jugaban, fueron
asustados por un rayo que surcó el cielo azul: temiendo que estallara un
temporal, decidieron volver, pero en el camino de regreso, otro rayo
los sorprendió, aún más fulgurante que el primero. Dijo Lucía:
A
los pocos pasos, vimos sobre una encina a una Señora, toda vestida de
blanco, más brillante que el sol, que irradiaba una luz más clara e
intensa que la de un vaso de cristal lleno de agua cristalina,
atravesada por los rayos del sol más ardiente. Sorprendidos por la
aparición, nos detuvimos. Estábamos tan cerca que nos vimos dentro de la
luz que la rodeaba o que ella difundía. Tal vez a un metro o medio de
distancia, más o menos... (ibíd., p. 118).
La Señora habló con
voz amable y pidió a los niños que no tuvieran miedo, porque no les
haría ningún daño. Luego los invitó a venir al mismo sitio durante seis
meses consecutivos, el día 13 a la misma hora, y antes de desaparecer
elevándose hacia Oriente añadió: "Reciten la corona todos los días para
obtener la paz del mundo y el fin de la guerra".
Los tres habían
visto a la Señora, pero sólo Lucía había hablado con ella; Jacinta había
escuchado todo, pero Francisco había oído sólo la voz de Lucía.
Lucía
precisó después que las apariciones de la Virgen no infundían miedo o
temor, sino sólo "sorpresa": se habían asustado más con la visión del
ángel.
En casa, naturalmente, no les creyeron y, al contrario,
fueron tomados por mentirosos; así que prefirieron no hablar más de lo
que habían visto y esperaron con ansia, pero con el corazón lleno de
alegría, que llegara el 13 de junio.
Ese día los pequeños
llegaron a la encina acompañados de una cincuentena de curiosos. La
aparición se repitió y la Señora renovó la invitación a volver al mes
siguiente y a orar mucho. Les anunció que se llevaría pronto al cielo a
Jacinta y Francisco, mientras Lucía se quedaría para hacer conocer y
amar su Corazón Inmaculado. A Lucía, que le preguntaba si de verdad se
quedaría sola, la Virgen respondió: "No te desanimes. Yo nunca te
dejaré. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te
conducirá hasta Dios". Luego escribió Lucía en su libro:
En el
instante en que dijo estas últimas palabras, abrió las manos y nos
comunicó el reflejo de aquella luz inmensa. En ella nos veíamos como
inmersos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la
luz que se elevaba al cielo y yo en la que se difundía sobre la tierra.
En la palma de la mano derecha de la Virgen había un corazón rodeado de
espinas, que parecían clavarse en él. Comprendimos que era el Corazón
Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, y que
pedía reparación (ibíd., p. 121).
Cuando la Virgen desapareció
hacia Oriente, todos los presentes notaron que las hojas de las encinas
se habían doblado en esa dirección; también habían visto el reflejo de
la luz que irradiaba la Virgen sobre el rostro de los videntes y cómo
los transfiguraba.
El hecho no pudo ser ignorado: en el pueblo no se hablaba de otra cosa, naturalmente, con una mezcla de maravilla e incredulidad.
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